La infancia de Susana transcurrió en la avenida del Cementerio, zona 3 de la ciudad de Guatemala. Su familia compuesta por su abuela, mamá y tío, se mudó a una antigua casa en donde destacaba la inmensa pila que se ubicada al centro del patio y que era considerada como el atractivo principal de la propiedad.

Con apenas nueve años, Susana se mantenía atenta a las conversaciones de su madre y abuela, cuando encontraban a las vecinas en el mercado cantonal del barrio, las pláticas se centraban en los últimos acontecimientos del sector, quien se había mudado, quien se había ido, quién no había llegado a dormir y particularmente, sobre el llanto que se escuchaba todas las noches por las calles del lugar.

Debido a que la casa era grande y la familia de Susana necesitaba agenciarse de unos centavos extras, decidieron alquilar dos habitaciones. Marta una mujer madura que trabajaba como costurera y Alma una joven secretaria se convirtieron en inquilinas de la familia.

La pila de la casona se convertía por las noches en lugar de tertulia para todas las mujeres que habitaban bajo el mismo techo, habían tomado la costumbre de lavar su ropa y al terminar tomaban un café antes de retirarse a dormir.

¿Escuchó que anoche otra vez estaban llorando?– Preguntó Alma a la abuela de Susana

¡Si m´ija, ya me dio miedo, porque Luis llega tarde a veces y no vaya siendo que un día de estos, se vaya a llevar un buen susto! Porque yo creo que ese llanto es del más allá, esa es La llorona.

Aseguró la abuela, al tiempo que se santiguaba con el rosario que siempre tenía en mano.

Luis el tío de la niña, era un joven de 25 años en ese entonces, trabajaba como agente de policía y los días de descanso acostumbraba llegar a dormir a su casa, aunque la mayoría de veces lo hacía en horas de la madrugada.

Una de esas tantas noches, el joven llegó pasada la media noche. Se sorprendió al ver a una mujer tirando agua con un guacal en el lavadero de la pila, la saludó pero ella no le respondió. Luis pensó que quizás no lo había escuchado, pues estaba oscuro y siguió rumbo a su cuarto ubicado en el segundo piso.

Al día siguiente le contó a su madre lo ocurrido y ella le restó importancia diciendo que quizás alma había olvidado lavar sus medias, y estaba levantada a esa hora.

Pasaron los días y nuevamente llegó el día de descanso de Luis, quien a eso de las dos de la madrugada abrió el portón y nuevamente vio a la mujer parada a un lado de la pila.

Buenas” saludó el joven, pero no recibió respuesta. La mujer que estaba de espaldas la hizo una seña con la mano, invitándolo a seguirla. Parecía que flotaba en el aíre cuando empezó a subir las gradas para el segundo nivel.

Luis la seguía, pero empezó a sentir que sus piernas pesaban y que su cuerpo no respondía. Se quedó parado a mitad del corredor justo a tiempo para escuchar un grito desgarrador y ver como la mujer desaparecía ante sus ojos, atravesando la pared que separaba la casona con la construcción vecina.

Susana cuenta que al escuchar el grito su abuela se levantó y encontró a su tío tirado, con fiebre alta y balbuceando palabras que no podían entender.

Al recuperarse, Luis contó lo ocurrido y su relato no paso desapercibido para los habitantes de la casa de la avenida del cementerio y también para los vecinos, algunos convencidos y otros no tanto, de que un espanto rondaba sus casas al caer la noche.

Las inquilinas decidieron mudarse ese fin de semana, la familia tardó un mes más para abandonar la vivienda y mudarse a la zona 7 en donde viven actualmente.

No fue lo único extraño que Susana vivió, allá por la década de los 80 en la casa ubicada en la avenida del Cementerio.

Ahí si ocurrían cosas raras. Yo estaba pequeña pero recuerdo ciertas cosas que algún día te contaré y te vas a asustar bastante”, me aseguró antes de despedirse y prometer que retomaríamos la plática, en otra tarde de lluvia y café.