Ubicada en el área de amortiguamiento del Centro Histórico, se ubica una casa, su construcción data de los años 30-40, el terreno aún es grande.

Luego del terremoto que botó unos hornos de panadería y unas estructuras de adobe, parte de la casa quedó con un gran patio, pero al final de la casa aún quedaban dos cuartos.

En uno de ellos se ubicaba el planchador, frente a este una pila de piedra.

Lucia era la señora que ayudaba en los quehaceres de la casa, una vez por semana se quedaba hasta tarde planchando, así habían pasado dos años.

Un día al regresar Rosario, la dueña de la casa y sus hijos, se dieron cuenta que el canasto de la ropa planchada estaba colocado en una silla, estaba llena y aún caliente.

  • ¡Que raro que Lucía haya dejado la ropa acá y no colocada como siempre! Exclamo.
Un niño gritó en el descanso cuando Lucía llevaba la ropa planchada. Foto: archivo.

Al siguiente día

Como todas las mañanas Lucía llegó a las 8 en punto.

  • ¡Buenos días doña Rosario!

Le saludaba mientras acomodaba su bolsa.

  • ¡Lucía! ¿qué paso anoche? Encontré la ropa acá afuera.

Tomando un respiro profundo respondió

  • Mire que pena, pero creo que ya no le voy a seguir planchando si la casa se queda sola

Rosario abrió los ojos y exclamó ¡¿y eso?!

  • Ayer como a las seis y cuarto de la noche, cuando todo estaba obscuro ya, y había terminado de planchar, pues me asustaron.
  • Venía con la ropa para colocarla en los dormitorios, pero allí en el descanso de las gradas vi a un niño y que pega el grito.
  • Ja se me puso la piel de gallina, un frío me recorrió el cuerpo…

Mientras señalaba como se le ponía otra vez de eriza la piel.

Ante eso Lucía no se volvió a quedar sola en la casa y le dijo a doña Rosario que si salían ella se iba a las cinco y media de la tarde, haya o no terminado de planchar.

Así pasaron dos años más, el día que le tocaba planchar y no había nadie en la casa salía temprano, aunque no la volvieron asustar ni ella esperó que le volviera a pasar.

Fotos; Archivo