Claudia es una adolescente guatemalteca de 17 años que fue deportada de Estados Unidos a Guatemala a finales de mayo de 2020. Viajaba sin un adulto que la acompañara, e iba su hija de 11 meses. El padre de Claudia migró a Estados Unidos hace 11 años, se fue tras el “sueño americano”: darle un mejor futuro a su familia.

Hace cuatro años su mamá y su hermano menor emprendieron el mismo viaje. Claudia cuenta que su mamá “pasó por entrega”, es decir, a su llegada a Estados Unidos pidió asilo humanitario ante el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos (USCIS, por sus siglas en inglés). Según Claudia, el estado migratorio de su mamá y su hermano en Estados Unidos ahora es legal.

“Mis papás tomaron la decisión de que me fuera para allá con ellos…” dice Claudia mientras su voz se quiebra. “Cuando mi mamá se fue hace 2 años, me quedé sola. Seguía estudiando, pero una vez salimos algo tarde del Instituto, como a las 6:30 de la tarde, ya estaba oscuro. A algunos estudiantes los llegaban a traer sus papás, otros se iban con algún compañero… y yo caminé sola. Sentí que alguien me seguía, y cuando volteé vi a unos hombres extraños. Apresuré el paso y ellos también…”. Claudia hace una pausa para calmar el llanto y continúa “a mí me violaron… de esa violación nació mi nena”.

Claudia, adolescente migrante

Las lágrimas llenan los ojos de Claudia. “No tenía a nadie, no tenía una hermana, no tenía a mi mamá… nadie”. Claudia cuenta que quienes abusaron de ella la llamaron un tiempo después de lo sucedido para amenazarla y recordarle que no debía hablar. Le dijeron que tenían controladas sus horas de salida y llegada, y también sabían a quiénes frecuentaba y que estaba sola.

«Por miedo no dije nada, hasta cuando ya tenía dos meses de embarazo le conté a mi mamá. Lloró. Mi papá se sintió culpable por haberme dejado sola”.

Empecé a ir al centro de salud para todas las revisiones y me decían que todo iba bien. Mis padres me mandaban dinero a una cuenta infantil”.

Después de que Inés nació, Claudia pasó 20 días en reposo posparto y recuerda que pasó sola ese proceso. “A los meses, mis papás decidieron que me fuera con ellos. Mi papá vendió un carro para pagar por el viaje”.

Claudia e Inés salieron de Guatemala el 28 de febrero del 2020 con un grupo de guatemaltecos y un coyote. El plan era seguir los pasos de su mamá y “pasar por entrega” al momento de llegar a Estados Unidos. “El coyote nos dijo que eran sólo unas horas de caminar por el desierto. Yo me quedé hasta atrás porque iba con la nena y con la mochila. Me costaba mucho. El coyote se quedó conmigo, me empezó a abrazar como queriendo hacerme algo.” Dice Claudia mientras su voz se quiebra otra vez.

Afortunadamente dos hombres del grupo se dieron cuenta de lo que pasaba y le reclamaron al coyote.

Después del incidente con el coyote, Claudia y otra señora guatemalteca, que también viajaba con su hija, se quedaron atrás y perdieron de vista al grupo. Entonces decidieron llamar al 911 y pedir ayuda pues estaban perdidas en el desierto y estaba oscureciendo. Al poco tiempo fueron auxiliadas por autoridades estadounidenses y fueron llevadas a lo que Claudia describe como una comisaría.

Allí fue puesta en una celda junto con su hija. Recuerda haber recibido una llamada de alguien del Consulado de Guatemala. Claudia le contó su historia y la razón por la que había viajado a Estados Unidos. El funcionario le dijo que no se podía hacer nada porque el paso para niños y madres por entrega se había cerrado hacía dos meses, y que la iban a regresar a Guatemala.

El viaje de Claudia de Guatemala a Arizona, Estados Unidos, duró más o menos tres meses. Ella no recuerda la fecha exacta en que llegó, pero dice que fue a finales de mayo.

A pesar de que Claudia dijo que tenía miedo de regresar porque sus violadores la seguían acosando y de no tener ningún familiar con quién quedarse, la respuesta que obtuvo fue que no se preocupara, que ellos se iban a encargar de que estuviera en un lugar seguro y que no le iba a pasar nada a ella ni a la bebé.

Cinco días después de haber estado bajo la custodia de las autoridades migratorias en Estados Unidos, Claudia e Inés fueron deportadas a Guatemala.

Claudia recuerda que al llegar al aeropuerto le hicieron una serie de preguntas, le tomaron la temperatura, le hicieron una prueba de hisopado para saber si estaba contagiada de COVID-19 y luego fue enviada a un albergue temporal con otras niñas, niños y adolescentes retornados.

“Estoy preocupada, triste, desesperada… de todo un poco. Estuve tan cerca de llegar con mis papás. No sé qué va a pasar conmigo ni con mi hija. Hasta el momento no me han dicho nada”, dice Claudia.

La psicóloga que lleva el caso de Claudia comentó que ambas entraron a un programa de respuesta humanitaria en el cual ayudan a ciertos perfiles a reunirse con sus familiares, pero mientras eso pasa, serán institucionalizadas por tener menos de 18 años y no disponer de un familiar idóneo que responda por ellas.

En Guatemala, los niños, niñas y adolescentes retornados no acompañados son atendidos por la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia (SBS) para ser reunificados con sus familiares. Sin embargo, debido a la situación actual de la emergencia por COVID-19 los servicios están saturados.

UNICEF, junto a sus socios Refugio de la Niñez y Misioneros de San Carlos Scalabrinianos, apoyan al gobierno de Guatemala con la contratación de médicos, trabajadores sociales y psicólogos. Adicionalmente, se brinda alojamiento y alimentación, y un lugar apropiado para dar una atención digna, respetando el cordón sanitario y el distanciamiento físico. Y a través de la Procuraduría General de la Nación, se apoya en el proceso de reunificación familiar y acompañamiento a las comunidades de origen.

El futuro de Claudia y su hija es sumamente incierto. Ellas son un ejemplo más de los efectos colaterales que el COVID-19 está teniendo en la niñez; una niñez que está siendo invisibilizada y sufriendo una crisis de derechos.

Una historia de migración Fotos y Texto
©UNICEF/Guatemala/AndreaUrrea

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