A poco más de 28 kilómetros de la Ciudad, en uno de los municipios más pobres cercano a la capital, vive Juan Ernesto, es un joven trabajador, tiene esposa y tres hijos, Kevin, el de en medio de 6 años padece de desnutrición.

Además apoya a su mamá, abuela y tía, quienes viven en condiciones de extrema pobreza.

La historia de Juan Ernesto es como muchos migrantes, las condiciones de vida hacen que se tomen medidas que para muchos en mejores situaciones lo ven descabellados.

Buscó trabajo incansablemente, laboró en varios oficios, hasta de seguridad privada, pero los salarios no alcanzan y cada vez es más difícil sobrevivir en este país, comentó mientras tejía la posibilidad de migrar al norte.

-La situación está difícil acá, no encuentro trabajo y necesito cubrir los gastos de mi familia y ayudar a mi mamá.- Le dice a Maritza, su esposa.

¿Qué vas a hacer? Pregunta su compañera de vida mientras carga en brazos al hijo más pequeño.

Me están diciendo que me vaya para el norte, que allá puedo ganar más y así salimos adelante, ¡háblale a tu primo! Que nos heche la mano y me reciba allá.

Maritza les escribe a sus familiares radicados en Nueva York, ciudad santuario para todo indocumentado, él tiene un trabajo estable en ese condado y le dice que con gusto lo recibe, pero para que sea más fácil y no lo deporten que se lleve a uno de los hijos.

Cientos de migrantes centroamericanos cruzan el río Suchiate desde Tecún Umán, Guatemala, a México, el jueves 23 de enero de 2020. (AP Foto/Moisés Castillo)

Migrar la mejor opción

Ya analizado el asunto, Juan Ernesto y Maritza toman la decisión de llevarse Kevin, hipotecan sus parcelas y la tía le da lo poco que tiene y sus tierras para que junte el dinero del coyote.

Un día Juan Ernesto llega…

– ¡Bueno! Ya está coordinado, en una semana salgo con el nene y que Dios nos ampare en el camino. Remarca.

Llega el día decisivo y se despiden entre lágrimas, miedos, súplicas, pero sobre todo esperanzas de que logren llegar sus destinos sin ningún inconveniente. Se comunican hasta que llegan a la frontera con México, de allí en adelante las noticias serán esporádicas.

Pasa una semana y no tienen noticias, pero en eso suena el celular de un número extraño y desconocido.

¡Maritza soy Juan Ernesto, ya estamos en México, aunque está bastante difícil!

«La situación no es fácil, nos van a llevar a una casa y allí esperaremos unos días, eso es al norte del país, yo te aviso. Vamos caminando. Ya no tengo dinero y al nene se le gastaron las suelas de los zapatos de tanto caminar, pedíle a Dios que nos proteja».

Pasan los días, 15 y no saben nada de Juan Ernesto y el pequeño Kevin, lo ultimo que supieron es lo que les dijo y la familia en Nueva York tampoco tiene noticias y los esperan.

Padres de familia deciden migrar con sus hijos, caminan kilómetros con el fin de llegar a la ansiada libertad. Foto Internet elperiodico.com

La esperada llamada

A los 38 días de su partida suena el teléfono, es Kevin…

-Mami ya estamos es los Estados Unidos, unos señores me preguntaron que porqué estaba allí, y les dije que iba a trabajar para ayudar a mis dos mamaitas en sus gastos porque están enfermas.

El pequeño se refiere a su abuela que era la única que mantenía su hogar y bisabuela quien tiene 6 años postrada en una cama.

«Maritza, decile a mi mamá que ya estoy acá, que tenían razón, que con el pequeño lograría ayuda».

«Ya me pagaron el pasaje para donde tu primo, allá me esperan y el lunes empiezo a trabajar».

«Espero que ya en 15 días les mando dinero para los gastos y la deuda». Con un tono de voz más tranquilo.

Le dice Juan Ernesto a su esposa.

Hoy Juan Ernesto logra mandar un poco de dinero a su familia, eso sí, es más de lo que acá podría ganar. Pero la deuda es grande y su familia de escasos recursos.

Mientras viajaba a su mamá le diagnosticaron cáncer en fase terminal, la doctora la mandó a su casa y su esposa tiene COVID, como la mayoría de su comunidad.

Fotos con fines ilustrativos, internet. El Periódico, AFP, desinformemonos.org