-¿Qué calor verdad?…y con esta mascarilla hasta cuesta respirar-

Así inicia mi conversación con Esperanza, mientras esperamos ella a su esposo y yo a mi hijo, fuera de una agencia bancaria.

-Ojalá y llueva más tarde-, agrega la mujer, para regalarme una sonrisa y continuar la plática que se ve interrumpida, cuando Bruno, empieza a ladrar.

Esperanza le regala palabras cariñosas, lo alza en sus manos y luego lo abraza cariñosamente. Bruno le responde, acercándose y restregándose en su mejilla izquierda.

Su dueña lo deposita con cuidado en el suelo y al soltarle la rienda, el pequeño chihuahua de color negro se acerca al extremo de la banca en dónde me encuentro sentada. Lo acaricio, entra en confianza rápidamente y me mueve la cola.

-Él me salvó-, me dice Esperanza e inicia a contarme su relato como sobreviviente de covid19.

Yo me en enfermé de covid. ¡Ay, es la cosa más horrible que me pudo pasar, yo sentía que me moría, no sé ni como explicarlo”.

En enero de este año me sentí mal, fuí al doctor y me dijo que estaba contagiada. Tenía pena, porque en la casa hay niños, los tres de mi hija mayor. El doctor me dijo que si tenía un nebulizador podía quedarme en mi casa, pero si no tenía, él podía remitirme al hospital del Parque de la Industria”

Con un dejo de tristeza en sus ojos, Esperanza continúa: “ Yo le dije que si tenía, pero era mentira, mis hijos me compraron uno ese mismo día. Una de mis hijas se ofreció a cuidarme y se aisló conmigo en el cuarto de atrás de la casa, me nebulizaba y me daba te de limón con jengibre y miel. Eso me ayudó bastante, más la medicina que me recetaba el doctor, porque mis hijos estuvieron pendientes de llamarlo cada dos días”.

En febrero Esperanza, cuenta que iba mejorando poco a poco, pero no tenía ganas de hacer nada. Sentía alivio para respirar únicamente estando recostada boca abajo. Sus hijos se preocuparon al verla tan decaída.

“Esa enfermedad es horrible, me quede sin sentir olor, ni sabor de nada…yo no quería nada, me sentía triste y decaída. Siempre usé mascarilla al salir al mercado, que era el único lugar ajeno a mi casa que visitaba y aún así me contagié.» Me asegura.

«En marzo es mi cumpleaños, entonces mi hijo varón, llegó una tarde y me llevó a Bruno. Esa es la única forma en que mi mamá se puede levantar, le dijo a mi hija que me cuidaba.” Y así fue.

Entusiasmada y cargando nuevamente a Bruno, Esperanza me cuenta que cuando el cachorro llegó a su casa, apenas tenía un mes y medio. «Era pequeñito, me cabía en la mano» .

Poco a poco, fue recuperando las ganas de levantarse, aunque al principio asegura que lo hacía por la pena de darle de comer al cachorro, pues sus hijos le dijeron que era ella, quien debía hacerse cargo de su cuidado.

No lo hicieron por mal, ellos lo hicieron para que yo me levantara de la cama”, me dice convencida y sonríe. Mientras, sigue con el perrito en brazos y lo acaricia.

“Los animalitos perciben cuando uno los quiere, ellos son nobles y lo ayudan a uno. Yo por eso quiero mucho a Bruno, me volvió a dar ánimo. Aunque ahora mi hija menor, no lo quiere porque dice que es el consentido de la casa”, me asegura Esperanza y remata la frase con una carcajada.

Se abre la puerta de la agencia y veo salir a mi hijo. Es hora de despedirme de Esperanza, no sin antes acariciar nuevamente a Bruno y verlo mover la cola.

El chihuahua de color negro, vuelve a los brazos de su dueña, a quien además de darle felicidad a diario, le devolvió las ganas de vivir.