Era una mañana, me encontraba sentado frente al televisor, era mi día de descanso, en ese momento mi celular suena, al contestar era una amiga, me preguntaba lo que la mayoría hace,

¡Hola! Te quería preguntar si vos sabes donde hacen pruebas COVID-19, es para mi mamá y mi esposo

¡En el Parque de la Industria! Le contesté.

Pasaron las horas y a mi WhatsApp recibí un mensaje de ella, la mamá y el esposo se habían quedado internados, que me los encargaba.

Al pasar los días me tocó turno nuevamente, así que en el transcurso de este los fui a buscar a COVID1, lugar donde se encontraban.

Al primero que localicé fue al esposo, se encontraba usando mascarilla con reservorio a 15 litros de oxígeno y boca abajo y con dificultad respiratoria.

Me presenté y le dije:

Sí querés vivir no te pongas boca arriba, mantenete así todo el tiempo, de eso está dependiendo gran parte de tu vida.

Él me agradeció el consejo y me dijo que así lo haría.

Seguí con mi búsqueda para localizar a la mamá de mi amiga, una señora avanzada en años, la encontré con escafandra, estaba tranquila, me presenté y le pegunté cómo se sentía, y ella me respondió que bien.

Fotografía con fines ilustrativos, fuente: Internet

Caminos diferentes

Pasaron los días y al esposo de mi amiga lo trasladaron a COVID2, que es el área donde están los pacientes recuperados, pero la mamá no contó con la misma suerte.

De turno estaba en el intensivo, cuando ingresó la señora, llevaba un mal patrón respiratorio, se le colocó en una de las camas y se conectó la escafandra al ventilador mecánico, (modalidad no invasiva).

Los días para ella transcurrieron en el intensivo, una colega me comentó que la habían intubado y ventilado.

Al llegar nuevamente a turno, ella todavía se encontraba allí, dos días antes de entrar nuevamente a trabajar le había pedido a mi amiga que me enviara unos audios para que ella los escuchara.

Cuando le puse las grabaciones, el ventilador marcó respiraciones espontáneas, es decir suspiros, quiere decir que sí los escuchó.

Posterior a eso le coloqué música clásica, normalmente lo hago con mis pacientes, pero me llamó la atención que su saturación subió de 88 a 91.

Con esos parámetros me quedé tranquilo por lo que seguí con mis labores, siempre pasando a verla en cualquier momento que podía.

En horas de la noche nos encontrábamos atendiendo un paciente que estaba violento, golpeando y gritando, algo muy común en algunos de los enfermos.

Al terminar de atenderlo, una compañera me dijo que había fallecido otra persona.

¿Quién? Pregunté

Ella me respondió que la paciente de la cama del fondo; no sé cual sería mi expresión en los ojos que ella reaccionó y me dijo

¡Era la mamá de tu amiga! Lo siento.

En ese momento me dirigí al cubículo y efectivamente era ella; recuerdo que la acomodé con mis compañeros, la peiné y le limpié su cara, oré por ella y me despedí.

Todavía recuerdo verla salir del intensivo de una forma muy diferente a la que esperaba, pobre mi amiga, era su mamá.

Uno estudia, trata de sacar buenas notas, sobresalir, desvelos aprendiendo teorías, tratando de entender lo leído, pero ni en las mejores universidades lo preparan para situaciones como esta, en donde solo ves paciente tras paciente perder la batalla.

Y no me cansaré de dar este mensaje “quiérete, cuídate, protégete, porque de tras de ti hay una historia de vida, pero ante todo hay familia que te espera en casa”.

Fotos con fines ilustrativos. Fuente: Internet, AFP y PDH.