Cuando era la pequeña Vanessa, todas las noches del 5 de enero ponía mis zapatos, los mejores, claro está, al pie de la ventana con la ilusión de recibir mi regalo.

Son recuerdos muy vagos, se dispersan dentro de la memoria y el tiempo, que ya en mi casi medio siglo, es bastante.

Pero eso sí, era entre la década de los 70 y los 80, épocas aquellas donde lo más reciente de tecnología eran las televisiones, así que nos entreteníamos en diferentes actividades.

Pues en una noche antes del 6 de enero, limpié mis zapatitos, no recuerdo cuales eran, pero no olvido que siempre los limpiaba, y los coloqué a los pies de un ventanal que daba a una gran terraza.

En mi mente e ingenuidad, ese era el mejor lugar por el espacio para que ellos pudieran bajar en sus camellos sin ninguna complicación.

Pues bueno, los dejé y me fui a dormir, no me costaba mucho conciliar el sueño, ya que, como cualquier niña de esa época, el juego diario no faltaba, así que las energías se agotaban al terminar el día.

La mañana de Reyes

De repente en la mañana desperté, justo ese año el Día de Reyes cayó sábado, me levanté temprano para ver mi regalo, a ellos no se les pedía ni se les hacía carta, ellos llevaban a mi casa lo que quisieran. Y pues ¡oh sorpresa! Me habían dejado unos patines.

Eran usados, pero no me importaba, eran los patines más bellos, de bota, color azul y llantas rojas, yo creo que tenía entre los 5 y 6 años, toda una intrépida y temeraria niña.

  • ¡Mami me dejaron unos patines! Grité

Mamá sonrió y asintió con la cabeza mi afirmación tan enfática y feliz.

En ese momento me los puse…

  • ¡Ten cuidado Vanessa! Recalcó mamá.

Al mismo instante que mi total inexperiencia me hacía caer al suelo…

Dejé de usarlos hasta el momento que dejaron de quedarme, que para eso pasaron unos dos o tres años… no supe más de ellos.

Hoy solo recuerdo uno de los días más felices de mi niñez y que se dio un día como hoy, un 6 de enero, en celebración del Día de Reyes.

Imagen con fines ilustrativos, fuente: Internet.