Cuenta una leyenda urbana extendida en Guatemala, que allá por la década de los 80 un reconocido médico quetzalteco llegó a la capital, junto a su esposa y sus tres hijos, proveniente de la ciudad de los altos.

La familia estaba conformada por Amilcar y Josefina, padre y madre de familia y sus tres hijos Alberto, Francisco y Marcela.

El padre había sido asignado para un importante puesto en el Ministerio de Salud, por lo que rentó una casa en la zona 4 de la capital, frente a la iglesia Yurrita. Todos estaban emocionados a excepción de Alberto, quien no ocultaba su molestia por la decisión de su padre de abandonar su casa y familia allá en Quetzaltenango.

Mientras los mayores quitaban las mantas que cubrían los muebles de la vivienda, los pequeños Francisco y Marcela exploraban la casa. Alberto, seguía sentado en la entrada de la casa, molesto y sin interés de ayudar a sus padres o explorar junto a sus hermanos.

-¡Ay Dios mio! Amilcar,mirá ese cuadro tan horrible, hay que tirarlo-

El rostro de Josefina se desencajó cuando encontró el cuadro de un payaso de mirada profunda y una sonrisa espeluznante.

-Tienes razón mujer, ahora lo saco para que se lo lleven en la basura-

¡No!-, gritó Alberto al ver la particular pintura.

Encontró en ese cuadro una forma de venganza personal, al notar el temor que sus padres mostraban al ver al siniestro personaje.

-Si tanto quieres conservar el cuadro, puedes quedarte con el, pero debes tenerlo en tu cuarto-, advirtió Amilcar, quien recibió una mirada de desaprobación de su esposa, que decidió dejar pasar por alto.

Al día siguiente, Amilcar despertó temprano, decidió no despertar a nadie pues el viaje fue largo y todos estaban cansados.

A eso de las diez de la mañana los niños ya estaban despiertos y Amilcar había preparado el desayuno, envió a Marcela a despertar a su mamá para que bajara a comer con ellos.

Papá, mamá no se quiere despertar- gritó la niña desde el segundo nivel.

Amilcar subió, por más que intentó despertar a su esposa ella no respondía, estaba muerta.

Alberto no podía creer que su madre estaba muerta, corrió a su cuarto a llorar desconsolado. No se percado de un detalle en la siniestra pintura que había decidido conservar… el payaso tenía levantado un dedo.

La desgracia llegó nuevamente al hogar de Amilcar. Al regresar del funeral de su esposa, su hijo Francisco manifestó una enfermedad respiratoria. Una semana después, falleció en el hospital en donde era atendido.

Amilcar llamó a Alberto para darle la noticia. Nuevamente el menor corrió llorando a su cuarto.

Tampoco notó que el payaso ahora tenía dos dedos levantados.

A pesar de los extraños incidentes, el padre decidió continuar trabajando en la capital y mantener a sus hijos con él. Mientras esperaban la llegada de una familiar que se haría cargo del cuidado de los menores, Alberto se quedó como encargado de la casa mientras su padre trabajaba.

Seguía molesto por haberse mudado a la capital, seguía molesto por la muerte de su madre y hermano, esos pensamientos llenaban su cabeza y poco a poco se fue quedando dormido.

Despertó de repente, se había olvidado que había dejado a Marcela en la tina de baño. Asustado corrió y la encontró flotando en el agua. Había muerto ahogada. El cuadro del payaso, ahora tenía tres dedos arriba.

Desesperado llamó a su padre al hospital. Amilcar no podía creer lo que escuchaba de boca de su hijo. Cogió las llaves de su automóvil y a toda velocidad emprendió el camino a casa.

Alberto lloraba desconsolado, de repente escuchó un fuerte estruendo y el rechinar de llantas contra el pavimento, y salió a la puerta de la casa para averiguar que había ocurrido.

No podía creer que el carro de su padre estaba destrozado contra una pared y su cuerpo yacía en el interior sin vida.

Corrió hacia su casa, subió a su habitación desesperado, no sabía qué hacer, fue entonces que noto el cuadro que lucía distinto. El payaso tenía la mano levantada y mostraba cuatro dedos arriba.

-¿Pero qué es esto?…ese cuadro no estaba así, ese payaso no tenía una mano levantada…¿qué ocurre?-

Frente a sus ojos Alberto vio como el payaso sonrió de forma malévola y levantó la otra mano, al tiempo que le decía: Ahora solo falta uno-.

El adolescente salió corriendo de la casa y buscó refugio en la iglesia Yurrita, los curiosos y los policías que estaban ya en el lugar, lo miraban cuando salió nuevamente rumbo a su casa con una vela en la mano, gritando desesperado:

-Ahora solo faltas tú payaso, mataste a toda mi familia, ahora es tu turno. Yo te mataré a ti.-

El joven fue conducido por las autoridades y narró todo lo ocurrido desde su llegada a la capital y los trágicos y misteriosos acontecimientos que cobraron la vida de sus padres y hermanos. Tras una serie de estudios se determinó que padecía de un trastorno mental.

Cuentan que fue internado en el Hospital de Salud Mental de la zona 18 de la capital, en donde se quitó la vida. Hasta entonces, su familia creyó la historia que había contado.

Del misterioso cuadro algunos dicen que después de la tragedia fue llevado al Vaticano para ser estudiado, otros aseguran que fue subastado y que aún permanece en alguna casa de la capital de Guatemala.

Foto: Con fines ilustrativos

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